Una crisis capitalista mundial estructural y aguda

La economía mundial enfrenta un colapso y el comienzo de una gran depresión más grave que la de los años 30 del siglo pasado y en consecuencia, las burguesías imperialistas han iniciado una ofensiva reaccionaria para salvar al sistema. Están cargando el costo de una catástrofe de dimensiones históricas sobre las espaldas de la clase trabajadora y las masas empobrecidas del mundo, ya no en un futuro indeterminado sino en el presente.

Así como descartamos las teorías conspirativas que atribuyen el estallido de la crisis a la aparición intencional del COVID19 en el contexto de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, rechazamos también las que explican el nuevo crack económico y la consiguiente crisis mundial en curso como resultado de la pandemia.

Ambos supuestos procuran levantar una cortina de humo para ocultar el carácter estructural de la crisis aguda que atraviesa el sistema de producción capitalista, negando que las condiciones para el colapso existieran mucho antes de la aparición del virus. El sentido de estas teorías no es otro que el de defender la supervivencia del capitalismo como único orden social viable, fomentando la falsa creencia de que es posible superar la debacle económica e “iniciar el camino del crecimiento con el esfuerzo mancomunado de todas las fuerzas sociales”, una vez vencida la pandemia o desarticuladas las conspiraciones.

En la minuta internacional aprobada en nuestro congreso del año pasado [2019], dijimos:

“Transcurridos 11 años desde el inició de la gran crisis económica que tuvo como punto de partida la quiebra de Lehman Brothers y el derrumbe en cadena de las principales corporaciones de bancos y empresas imperialistas, su propagación automática a los países más desarrollados y al resto del mundo después, lejos de vislumbrarse señales de recuperación y crecimiento sostenido, el prolongado estancamiento económico se desliza hacia una nueva y más profunda recesión que puede conducir a la bancarrota de países y continentes enteros, más grave aún de las que ya están en desarrollo en Venezuela, Argentina o Turquía.(…). La tendencia al estancamiento de la economía y el carácter parasitario del capital cada vez más concentrado, se evidencia desde la crisis productiva y del comercio mundial de principios de 1970, cuando el declive de la taza de ganancias alentó la fuga de capitales hacia las actividades especulativas nacionales e internacionales, en busca de mayor rentabilidad. (…). En la actualidad, los nuevos instrumentos financieros continúan dando origen a nuevas y múltiples burbujas más grandes que las que estallaron a partir del 2007, infladas por las mismas corporaciones que emplearon y siguen volcando los fondos públicos de rescate a la obtención de ganancias fabulosas en la especulación financiera, provocando mayor sobre acumulación de capitales y más riesgo de colapso de las burbujas financieras y recesión productiva.”

 

El desbarranque anunciado de la economía mundial

A inicios del 2018 se produjo el mayor derrumbe de las bolsas de valores desde el estallido de la primera burbuja en el año 2000 (las puntocom). Para frenar la caída de las acciones, en julio de ese año la Reserva Federal adoptó la política de rebaja de la tasa de interés. El acceso a créditos baratos fue aprovechado por las corporaciones para recomprar sus propias acciones y aumentar su valor de manera ficticia (el monto estimado en esta categoría de inversión especulativa es más de 1,8 billón de dólares). Sin pasar por el proceso productivo, las ganancias obtenidas fueron repartidas entre los accionistas y C.E.O´s [altos directivos de las empresas], y volcadas a préstamos usurarios otorgados a países emergentes.

De esta forma, las multinacionales y bancos rescatados por sus respectivos Estados imperialistas mediante la inyección de billones de dólares confiscados a la sociedad durante más de una década, generaron un nuevo ciclo especulativo durante el 2018 y 2019 acumulando más ganancias y una montaña de deudas incobrables.

Hacia el tercer trimestre del 2019 los índices de la actividad manufacturera de Estados Unidos, la Comunidad Económica Europea y Japón estaban por debajo de 50, por primera vez desde el final de la peor caída de la actividad en 2009.  Del mismo modo y antes del brote del COVID19, en China la inversión global se encontraba alrededor del 30% por debajo de los niveles alcanzados antes del crack del 2008; en concordancia con la caída de las ganancias del sector productivo.

En tanto que la tendencia a la baja de la tasa de ganancia de los capitalistas se mantenía. Con el auge de las nuevas tecnologías, de la robótica y la inteligencia artificial, la productividad laboral por trabajador/a a nivel global se encontraba en un nivel del 2.9% entre 2000-2007 a 2.3% entre 2010-2017, y continuaba descendiendo a 1.9% en 2018.

Junto al deterioro constante de los indicadores de la salud del sistema, el proteccionismo y las guerras comerciales, impulsadas por la principal potencia mundial –fenómenos característicos de períodos de recesión-, contribuyó a la profundización del proceso recesivo.

A fines del 2019 las deudas de las grandes compañías de Estados Unidos superaban casi tres veces las acumuladas antes de la quiebra del Lehman Brothers (cerca de 10 billones de dólares). Las empresas denominadas zombis (las que no alcanzan a obtener ganancias para pagar deudas, pero siguen funcionando y contrayendo más deuda) atesoraban una masa sideral de deudas por más del 50% de los compromisos contraídos una década atrás. Solo en la OCDE (Organización para Cooperación y Desarrollos Económicos), integrada por 37 países, había más de 500 compañías en estas condiciones.

En el segundo semestre del 2019 Europa entraba en franca recesión; China e India cerraban el año con el peor índice de crecimiento en 30 años, y Estados Unidos con un anémico 2.1% que apenas superaba a otras grandes potencias como Japón, con el 1.5%, o Canadá, 1.7%, mientras el endeudamiento global (corporaciones, Estados, empresas, bancos y ciudadanos/as) alcanzaba un nuevo record equivalente a más del 230% del producto bruto mundial.

Agotadas las herramientas monetarias y estímulos fiscales para impedir la caída en una profunda recesión, como continuidad de la crisis abierta más de una década atrás, los pronósticos de una tormenta perfecta para la desvalorización de todo el capital-tanto de analistas burgueses como marxistas- anunciaban este desenlace para 2020 o 2021.

El brote de coronavirus y la pandemia aceleró los tiempos y precipitó el estallido de la gran burbuja de sobreacumulación de capital ficticio, evaporando los valores irreales de bienes y servicios. A partir del lunes “negro” de marzo se produjo la caída más rápida de valores que en cualquier otra crisis en la historia contemporánea. La fuga de U$S 96 mil millones de los países emergentes, triplicó la salida de U$S 26.000 millones durante el estallido del 2008.

El derrumbe del precio del petróleo, pese a los acuerdos de las potencias productoras para limitar el desplome y evitar las quiebras multimillonarias de las grandes petroleras, indujo a un estado de coma profundo a las productoras de petróleo y gas sheil de Estados Unidos, lo mismo que las economías de los países subdesarrollados dependientes de la renta petrolera como Venezuela, Irak y Nigeria, entre otras.

La puesta en práctica de salvatajes exige a los bancos centrales y gobiernos de todo el mundo a inyectar el equivalente de billones de dólares, montos muy superiores a las decenas de miles de millones que se inyectaron al inicio del estallido financiero del 2008. En aquella oportunidad solamente la Reserva Federal gastó cerca de U$S 80 mil millones al mes para rescatar los activos de las empresas y bancos, ahora necesita gastar la misma cantidad pero por día.

El hundimiento del PBI de las naciones imperialistas y los países emergentes prevé caídas de proporciones catastróficas. Se reducirá cerca del 12% del PBI de Estados Unidos en el segundo semestre (según Bank Of América), Reino Unido entre el 30% y el 35% de acuerdo a datos del propio gobierno, España caerá el 22% según la consultora Bloomberg, Alemania y Francia de un 12,2% y 14% respectivamente.

Entre los meses de abril y principios de mayo de este año 2020, Estados Unidos perdió más de 22 millones de puestos de trabajo- la misma cantidad de empleos creados en los últimos diez años-, marcando la proyección del nivel de destrucción de puestos de trabajo a escala global.

La OIT estima que antes de julio de este año se perderán 195 millones de empleos en el mundo. En América Latina la pérdida del empleo sería de más del 40% en Argentina, en México más del 50%, Colombia 46%, Perú 41%, Chile, Ecuador, Nicaragua Honduras, Costa Rica más del 40% y Bolivia 38%.

 

Crisis y pandemia

La pandemia del COVID-19 desnudó la crisis estructural del capitalismo exponiendo el estado de destrucción de los sistemas sanitarios en la mayoría de los países del mundo, como así también que la mayor cantidad de víctimas entre los sectores más vulnerables de la sociedad es causada por la aberrante desigualdad, más que por la letalidad del virus. La inoperancia de las instituciones oficiales frente a la emergencia sanitaria puso de relieve la profunda descomposición del sistema y sus regímenes de gobierno.

Cuando el desarrollo alcanzado por la ciencia y la tecnología permitiría curar casi todas las enfermedades, la industria farmacéutica y la medicina privada, a cuyos intereses responden los burócratas corruptos de la OMS y los funcionarios de los Ministerios de Salud, se han vuelto en la peor amenaza para la preservación de la salud.

El caos y la anarquía que reina con la producción capitalista en función del lucro, potenciado por la aparición del COVID19, desataron el pánico en las filas de la propia burguesía, ya sea por el miedo de ser alcanzados por una enfermedad sin tratamiento conocido, o el temor de ser literalmente corridos por las masas enardecidas ante una catástrofe sanitaria de dimensiones épicas. No encontramos otra causa que explique el desconcierto inicial y los ensayos de medidas improvisadas de todos los gobiernos-fundamentalmente tras la conmoción mundial provocada por las imágenes dramáticas del norte de Italia-, que dio paso a la imposición del distanciamiento social y el confinamiento obligatorio a nivel global, pese a la oposición de algunos pocos líderes como Trump y Bolsonaro. Uno tras otro, presidentes, gobernadores y alcaldes de distinto signo político recurrieron a las medidas de excepción y cuarentena.

Una muestra más de que hay una profunda crisis que corroe al sistema y atraviesa a todas las facciones burguesas, exhibiendo su completa incapacidad de controlar las fuerzas destructivas que han creado, y que se vuelven contra ellas mismas.

Como una consecuencia imprevista, la propagación del virus fue apagando los focos insurreccionales que se habían generalizado a escala planetaria semanas antes que se declarada la pandemia. Las imágenes de multitudes desbordando avenidas y plazas en Chile, Hong Kong, Teherán, Argel, Líbano, Bagdad, Quito, Bogotá, Paris, Barcelona, La Paz, dieron paso al mismo cuadro de calles vacías, plazas desiertas, comercios, fábricas y viviendas cerradas, transporte inmovilizado, movimientos de tropas militares y fuerzas policiales en los territorios y poblaciones para asegurar el control social en las cuarentenas.

Pero la paralización de la producción no detuvo la lucha de clases, y el confinamiento de más de 3500 millones de personas en el mundo fue aprovechado por la clase dominante como una oportunidad para iniciar una ofensiva con millones de despidos, rebajas salariales y ataques a las conquistas democráticas, fortaleciendo el carácter totalitario y represivo de la democracia burguesa. Pero difícilmente hubieran podido acometer estos ataques sin mediar el confinamiento de masas ni desatar abiertamente la guerra de clase en el mundo.

En esta nueva coyuntura reaccionaria –en parte facilitada por el estado de pánico de las masas- no se ha modificado la relación de fuerzas impuesta a favor de la revolución por el proceso de ascenso obrero y popular que continúa abierto, un ascenso que las burguesías imperialistas necesitan aplastar para imponer las condiciones de súper-explotación que les permita recuperar la taza de ganancias y lograr estabilidad por cierto tiempo.

 Mayo de 2020.


El Comité por el Reagrupamiento Internacional Revolucionario (CRIR) está compuesto por el Partido Socialismo y Libertad (Argentina), el Freedom Socialist Party (Estados Unidos y Australia), el Movimiento Revolucionario Socialista (Brasil) y el Partido Obrero Socialista (México). Establecido en 2013, el CRIR es un esfuerzo para promover la colaboración entre fuerzas revolucionarias en torno a una plataforma común que prioriza la promoción del liderazgo revolucionario de las mujeres en todos los ámbitos políticos.