Enero de 2021.
Lo más parecido a la pandemia es una guerra mundial. El coronavirus va a tener repercusiones cataclísmicas. Hace unos diez años el economista marxista francés Francois Chesnay sostuvo que si el capitalismo se había mantenido tanto tiempo se debía fundamentalmente a que había evitado solucionar sus contradicciones a través de más enfrentamientos militares globales. Las dos grandes guerras llevaron a que el capitalismo perdiera valiosos eslabones: Rusia se transformó en el primer Estado obrero en 1917, y en 1945 los países de Europa oriental y oriental escaparon al control imperialista, así como China, en 1949.
La pandemia de 2020-2021 ha golpeado sobre un mundo capitalista que no se reponía del todo de la crisis económica y financiera de 2008-2009; con la nave capitana del sistema imperialista -Estados Unidos- decadente, debilitada y con sus aliados europeos divididos; y con el brioso desafío económico y tecnológico de la República Popular China. Además, 2019 fue uno de los años con más luchas populares en todos los continentes, que se acompañó del debilitamiento de los falsos “progresismos”, que va desde la crisis terminal del PT de Brasil (obtuvo menos del 3% de los votos en el pasado noviembre) hasta el ascenso de López Obrador a su decepcionante presidencia de México.
Luego de casi un año de virus en expansión, Washington y Europa occidental no han logrado salir del túnel, el desafío los ha sobrepasado y sus economías retroceden. Sus élites políticas y científicas no han superado la prueba, han sido impotentes de conducir a sus pueblos a buen puerto, están fracasando sonoramente en el papel de dirigir a sus sociedades. En contraste, los países asiáticos (capitalistas y democráticos la mayoría de estos últimos) ya le han dado vuelta a la página. China no tiene enfermos y en 2020 creció más del 2%. Algo parecido ocurre en Japón, Corea del Sur, Taiwán, Vietnam, etc. Ya se está gestando otro mundo, en el que EU reduce muchas de sus antiguas ventajas.
Grandes estamentos de las sociedades de EU, Europa y especialmente de América latina, África, Medio Oriente y la India repentinamente son más pobres, han perdido mucho de lo poco que tenían. Muchos de ellos han descendido a la miseria, al hambre. Podría ser que luego del tornado epidemiológico venga una rápida recuperación económica, pero se vaticina que muchos empleos y una multitud de micro y pequeñas empresas no renacerán. La hecatombe no sólo perjudica a la clase trabajadora, lo mismo pasará con sectores de la pequeña y mediana burguesía.
Hace veinte años estudiamos las revoluciones que hubo a fines del siglo XX y principios de este siglo. Fueron insurrecciones que golpearon a gobiernos electos en urnas. Encontramos que en estos países (Albania, Ecuador, Bolivia, Argentina y, en un sentido, Venezuela) súbitamente sectores de la población perdieron entre el 15-30% de sus ingresos. La respuesta fueron impetuosos levantamientos populares. Pronosticamos que en los años siguientes se van a repetir a una escala mayor. El motor será la pobreza severa, la pérdida de pequeños y medianos patrimonios y la negligencia criminal de los gobiernos que aplicaron ante la pandemia una estrategia dictada por los intereses de las grandes empresas.
Podría estar por comenzar una nueva etapa histórica con grandes movilizaciones populares en distintos países. Las mujeres y las minorías indígenas y negras van a destacarse. Actualmente las masas son puestas por las clases dominantes ante falsas disyuntivas: entre Trump o Biden; entre el PRI-PAN y la Cuarta Transformación; entre los “progres” peronistas o el derechista argentino Macri, etc. Ese esquema podría quedar destruido en la siguiente fase histórica y dar lugar al surgimiento de nuevos opciones políticas. El problema es que el nuevo campo fértil sería no sólo para genuinas corrientes revolucionarias sino también para las opciones fascistas y racistas, como explican nuestros compañeros del FSP en el artículo “solo los trabajadores pueden neutralizar a los fascistas” que compartimos.