Un extraño espejismo se ha apoderado de este país y esta es una aportación para combatirlo: es falso que la izquierda esté en el poder en México.
El gobierno y el partido que dirigen AMLO son cualquier cosa, menos zurdos. Pero cierta alquimia política ha logrado que tirios y troyanos concuerden en ese punto, alimentando una ilusión. Aquí abordaré algunos rasgos centrales.
En realidad, lo que aquí afirmo no es nada original. Basta con tomar en cuenta el desprecio oficial por las demandas feministas y de la diversidad sexual. Lo cierto es que el espejismo es tan poderoso, que la actitud de AMLO frente a estos temas no ha causado mayores rasguños a su aura izquierdista. Así que aquí intentaré, sin mayor expectativa de éxito, causar un pequeño rasguño por otra vía.
1.- Origen
Busca algún familiar o conocido que haya sido activista en los 60s o 70s. Pregúntale qué significaba ser de izquierda y encontrarás respuestas asociadas al movimiento comunista. Esa izquierda que tenía por enemigo y verdugo al régimen del PRI, el mismo PRI al que ingresó AMLO, de joven, como estudiante de la UNAM cuando aún estaban frescas las matanzas del 68 y el 71. AMLO, como sabemos, sería dirigente de ese partido en Tabasco y sólo se saldría de ahí hasta después de la elección de 1988 que ganó Salinas.
¿Cómo es que un dinosaurio priista es hoy concebido como “de izquierda”? Lo cierto es que AMLO no cambió. No es que él se moviera a la izquierda, sino que el país se movió a la derecha y, en ese desplazamiento tectónico, la ideología del viejo régimen quedó a la izquierda del nuevo orden neoliberal. Un sector del PRI se opuso al giro neoliberal de su propio partido-gobierno y, en su derrota, terminaron saliéndose del partido de Estado. Dirigidos por Cuauhtémoc Cárdenas, estos son los orígenes del que pronto sería el PRD.
El grueso de izquierda socialista leyó estos movimientos en las alturas con ojos astrológicos. Básicamente, imaginaron que si juntaban fuerzas con Cárdenas y sus priistas disidentes abrirían un puente que, en una primera fase, derribaría al PRI del poder y, en una segunda, les despejaría el camino al socialismo. Fueron por lana, pero salieron trasquilados. El nuevo partido, el PRD, sería siempre encabezado por los priistas, dejando a los socialistas en el margen y en las fotos del recuerdo. México, así, perdió a su izquierda en un suicidio político, dejándose devorar por sus antiguos verdugos. Como consuelo, podría decirse que fue un suicidio feliz donde, por ejemplo, el viejo PCM entregaría sus oficinas al PRD con una sonrisa.
2.- Coordenadas actuales
Evaporado el movimiento socialista, la tradición del nacionalismo revolucionario ocupó el lugar, vacante, de “la izquierda”. En ese sentido, es una izquierda pirata, ocupando una denominación ajena. Llegados a este punto, habrá quien defienda que la etiqueta de “izquierda” no es marca registrada de los socialistas, y tendrá razón. Pero si bien en esa etiqueta caben anarquistas, neozapatistas, un sector del feminismo y, en general, todo el espectro anticapitalista, no puede estirarse tanto como para incluir al viejo régimen. Fascinante espectáculo ideológico el nuestro, donde ser de izquierda pasó de ser anti-PRI a ser lo opuesto, detrás de Cuauhtémoc Cárdenas y luego de AMLO.
Pero suponiendo, sin conceder, que algún nacionalismo revolucionario quepa en la izquierda, habría que agregar que su versión actual no lo está: ha girado en exceso a la derecha. Primero, el nacionalismo perdió su eje antimperialista. Segundo, no le queda nada de revolucionario. Para entender este giro, conviene recordar que en la mayor parte del siglo XX todavía podían encontrarse ecos de la Revolución Mexicana en la actuación política del PRI. Hoy no. (Sobre esos ecos y qué hacer con ellos desde la izquierda, me explayé en un trabajo publicado en Mexican Studies/Estudios Mexicanos.)
AMLO se ha subordinado a Trump hasta el cansancio. ¿Recuerdan que el TLCAN fue impulsado por Salinas y que el PRD se oponía a él? Pues el T-MEC, que es su actualización pro-Trump, extrañamente, ha sido presentado como un triunfo nacional (¿?). Por no mencionar que Trump logró convertir a la Guardia “Nacional” en un brazo de la Border Patrol, encargada de capturar y deportar migrantes centroamericanos en México.
En cuanto a lo revolucionario, pues el neoliberalismo sigue intacto. Más allá de la retórica oficial, el gran capital mantiene sus triunfos. La tríada de reformas estructurales (liberalización, desregulación y privatización) no ha sido desmontada. O en todo caso, lo “anti-” es muy débil en comparación con toda la revolución neoliberal que, de conjunto, sigue en pie sin alteraciones de peso. Fuera de la reforma de pensiones, no hay mucho más. El aumento al salario mínimo no vino de AMLO, sino que fue exigido por Canadá y Estados Unidos en el T-MEC. En otras dimensiones, puede afirmarse que AMLO ha profundizado la agenda neoliberal, llevando el mantra de la austeridad a límites que ni los neoliberales orgullosos de serlo se han atrevido (y menos en tiempos de pandemia). Por si fuera poco, es un mito que el gasto en programas sociales ha aumentado. Lo único que ocurrió, como casi todo en la 4T, fue el desmantelamiento de políticas anteriores para rehacerlas como propias, casi siempre más chafas: desde la Guardia Nacional (un refrito de la Policía Federal) hasta el Aeropuerto de Santa Lucía (refrito del que quería Peña en Texcoco). A diferencia del Dr. Simi, “lo mismo, pero más barato”, en la 4T tal vez “lo mismo” saldrá más caro.
3.- Miedo a la soledad
Como sea, seguiremos escuchando voces que llaman a apoyar a la 4T porque intentar recrear “otra izquierda” desde afuera, es quedar en la marginalidad. El diagnóstico es correcto, pero no la conclusión. ¿Debemos recordar que todas las grandes revoluciones fueron protagonizadas por grupos que nacieron marginales? Y no me refiero sólo a las revoluciones de izquierda. El neoliberalismo, se nos olvida, empezó prácticamente como una tertulia de derrotados, que tuvieron la loca idea de rearticular sus antiguas ideas para plantar cara a una nueva época; y con paciencia y tenacidad fueron cosechando frutos.
En México, la subordinación de izquierdistas radicales al nacionalismo oficial, por cierto, no es nueva. Es una antigua tradición, el lombardismo. Sólo que ese al menos prometía el socialismo en su subordinación al PRI. Su versión actual, sin embargo, apenas sugiere (sin prometer) que es posible que con AMLO se consigan algunos derechos que ya muchas derechas reconocen. Pero ahí insisten en el “entrismo”, dentro de un movimiento donde no tienen la menor oportunidad porque ni hay democracia interna. ¿O ya olvidamos que la democracia era una demanda central de la izquierda? Porque en Morena la militancia no tiene ni la facultad de elegir a sus dirigentes mediante voto secreto. En su lugar, hay una encuesta que es, más bien, el viejo “dedazo” un poco apenado de sí mismo.
El miedo a la soledad es capaz de introducirnos en relaciones de maltrato.
Pasa en el amor, en la política y en la izquierda. Aquí el problema es amar a AMLO por lo que creen que llegará a ser, no por lo que es. Están amando a un dirigente que no existe en la realidad y que, por tanto, nunca llegarán a conocer. Cada día que un radical gasta apoyando a la 4T es un día que pierde intentando crear algo nuevo (de izquierda). Y si más rompieran el cordón umbilical, el espejismo, sería una “soledad” en la que descubrirán que no están solos. Y si no me creen, pregunten a las feministas movilizadas, por ejemplo.
El problema, pues, no es que AMLO y su movimiento no sean de izquierda. Él puede ser lo que quiera. El problema es designarle una ubicación errónea en el espectro político, creando una confusión muy puntual: ¿para qué crear una oposición de izquierda si ella ya llegó al poder? Falacia. Tenemos en el poder a una derecha nueva, una muy original, una que logró la magia: el lobo vestido de oveja, el rey que va desnudo sin que demos crédito a nuestros ojos.